por Orlando Jorge Mera

Escribo este apunte en circunstancias muy difíciles. Mi padre se debate entre la vida y la muerte.

Un buen día, a penas a pocos meses de mi padre haber asumido la presidencia de la República Dominicana, el 16 de agosto de 1982, nos dió a Dilia y a mí, el mejor consejo de toda la vida: «No se acostumbren al poder… ustedes van a tener durante cuatro años muchas amistades nuevas, tendrán muchas invitaciones, pero, luego de cuatro años, volveremos a nuestra casa. El poder es como una sombra que pasa. Mantengan siempre su sencillez y la humildad que siempre le hemos inculcado en nuestro hogar».

El 16 de agosto de 1986, cuando llegamos a la casa, después de que mi padre hubiese entregado la banda presidencial, estábamos unos cuantos, sus amigos de siempre. Toda aquella parafernalia que envuelve las mieles del poder ya era cuestión del pasado. Se comenzaba a sentir el sabor amargo de la savila representada en la desgracia política. Ese día escuchamos los decretos presidenciales con las nuevas designaciones en la quietud de nuestro hogar. Se iniciaba una etapa en su vida, marcada por una feroz persecución. Nunca perdiste tu humildad, tu sensatez y tu entereza. Me siento orgulloso de ti.

Hoy, cuando te ví, te hablé. Sé que me escuchaste, y te lo dije: Gracias por tu legado. Definitivamente, el poder es como una sombra que pasa… como la vida misma.

Por Redacción

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