Las confusiones con recetas médicas producen decenas de miles de muertes al año en el mundo.

La historia de un anciano que va al médico por un problema intestinal. El doctor le escribe una receta y sus indicaciones. Le estaba dando supositorios. En las instrucciones decía ‘introdúzcaselo en el…’ y algo ilegible. El paciente no lo entiende, su esposa le dice ‘-vuelve para que te lo escriba con letra clara’, ‘-¿no te parece que se va a enojar?’, ‘-no, anda y dile’.

El anciano regresa al consultorio y le dice que no entiende la última palabra, el médico tacha ‘ano’ y escribe ‘recto’ creyendo que no entendía la palabra, no la letra. Cuando el anciano regresa a su casa otra vez no entendía la letra. La esposa le vuelva a insistir que regrese y el anciano reitera su miedo a que el facultativo se enoje. Derrotado el anciano regresa al médico aduciendo que sigue sin entender la última palabra. El doctor lo entiende, tacha ‘ano’ y escribe otra palabra. El anciano entró a su casa increpando a su esposa, ‘-viste que se iba a enojar, ahora me escribió que me lo meta en el culo’.

Esta historia se cimenta en algo muy arraigado en la cultura popular, que los médicos escriben como el tujes. Ya había escrito ‘culo’ y no me quise repetir. La fama de poseer la rara habilidad de escribir ‘amoxicilina 500’ en arameo, esperanto, ideogramas y jeroglíficos, o una combinación de todas, fue ganada por mérito propio.

El tema deja de ser risueño cuando descubrimos que, estadísticamente las confusiones con recetas médicas producen decenas de miles de muertes al año en el mundo. Una explicación aceptada dice que desde el siglo XV el Real Tribunal del Protomedicato unificó el idioma médico en el latín. Los médicos y boticarios de la época eran considerados una raza superior de cruzados contra la voluntad de Dios.

Pero la población creció, el acceso a la salud dejó de ser de elite y el idioma pasó a ser un problema. A mediados del siglo XIX, las asociaciones médicas recomendaron abandonar el latín que ya casi no se enseñaba en las escuelas. Los médicos se encabronaron por vulgarizar su lenguaje y la venganza fue que los pacientes sigan sin saber que escribía el facultativo.

No sé si es cierta, apuesto doble contra sencillo que no, pero me encanta esa confabulación de la cofradía médica más a la altura de los Magios que del Priorato de Sion. Afortunadamente existen los farmacéuticos que, aunque no dispongan de una piedra roseta, cual perito calígrafo, miran el garabato y preguntan ‘¿lo quiere en grajeas o inyectable?’.

Esta nota forma parte del capítulo ‘Ciencias de la sanación’ incluido en el volumen 3 de Pequeñas Piezas de la Historia actualmente en proceso de edición.

Foto del avatar

Por Vicente Florian

Periodista egresado de la UASD, Maestrando en Tecnologías de la Información y Comunicación para Docentes (TIC), Historiador e Investigador.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *