Buenos días:
La región sigue mirando a Perú estos días, inmerso en una crisis a la que es difícil verle una salida. Parece como si la política hubiera agotado sus mecanismos y fuera incapaz de ofrecer a los ciudadanos lo que demandan: unas elecciones anticipadas que alivien la grave convulsión social y abran un nuevo escenario. Las protestas se mantienen dos meses después en las regiones del interior, las primeras en levantarse tras el autogolpe fallido y la detención de Pedro Castillo, y en las calles del centro de Lima. Hay ya casi 60 muertos víctimas de la represión policial y los bloqueos en las carreteras.
El Congreso, como si viviera en una realidad paralela, se muestra incapaz de acordar una fecha para ir a las urnas. En los últimos días se votaron varios proyectos de distintos bandos, pero ninguno alcanzó los apoyos suficientes para prosperar. Tal y como están las cosas, la presidente Dina Baluarte y los 130 congresistas permanecerán en sus cargos 20 meses más, lo que la mayoría de los ciudadanos ven como una tomadura de pelo.
La crisis peruana no comenzó hace dos meses. Es una crisis que viene gestándose años, casi desde la Independencia hace dos siglos. Es un problema de desigualdad, de pobreza, de marginación y de racismo. También un tema de desconexión profunda con la política, de ausencia de líderes y de falta de empatía.