En la historia dominicana, se conoce con el nombre de Guerra de la Restauración, o simplemente La Restauración, al período bélico comprendido entre el 16 de agosto de 1863 hasta la salida de las tropas españolas el 11 de julio de 1865. Se le conoció con ese nombre porque su finalidad era restaurar el Estado nacido el 27 de febrero de 1844.

Esta epopeya, en el sentido de «conjunto de hechos heroicos o gloriosos, dignos de ser cantados en poemas», fue, en palabras del general español José de la Gándara: «La de Santo Domingo ha perdido el carácter de un movimiento revolucionario, para tomar el de una guerra de independencia nacional.»

Según Moya Pons: «La Guerra de la Restauración, que comenzó siendo una rebelión de campesinos, muy pronto se convirtió en una guerra de razas, por el temor de los dominicanos de color, que eran la mayoría, a ser convertidos nuevamente en esclavos, y de ahí pasó a ser una verdadera guerra popular que puso en movimiento todas las energías de la Nación para lograr su independencia y la restauración de la soberanía.»

Una característica importante de la Restauración es que los dominicanos, por su inferioridad en armamentos y personal, desarrollaron una guerra de guerrillas; el líder de cada región dirigía a un pequeño grupo de locales para hacer ataques sorpresivos y breves a las columnas españolas.

Cuando era necesario atacar con grupos mayores de soldados, esos grupos locales se unían bajo un único comandante mientras fuera necesario pero luego cada grupo se retiraba con su líder a su región.

La guerra de guerrillas confundió totalmente a las tropas españolas que nunca encontraban al enemigo agrupado para una batalla frontal. Solamente en el Sillón de la Viudad, camino al Cibao, se puede hablar de batallas. En todos los demás casos, fueron escaramuzas dirigidas a hostigar a los españoles y provocarles bajas.

Revueltas preliminares de 1863

Neiba

El clima de malestar que existía en la colonia de Santo Domingo «ya era evidente en los meses de noviembre y diciembre de 1862 cuando los oficiales españoles presentían el estallido de una rebelión en breve plazo» . Los informes señalaban la región del Cibao como la más inclinada a rebelarse.

Sin embargo, donde iba a darse la primera rebelión de 1863 no sería en el Cibao sino en el Sur, específicamente en Neiba, perteneciente entonces a la provincia de Azua.

Un grupo de cincuenta hombres al mando del Comandante Cayetano Velásquez, asaltó el pueblo de Neiba y redujeron a prisión al jefe militar del mismo, General Domigo Lazala, apoderándose de las municiones y el armamento. Pero este movimiento fracasó por falta de preparación; el alcalde ordinario hizo preso al jefe del movimiento y los que le seguían se rindieron sin disparar un tiro.

Este levantamiento hizo al Capitán General Felipe Ribero y Lemoine, gobernador de la colonia, movilizar fuerzas de caballería hacia Neiba, recuperada cuando los españoles marchaban sobre la plaza, por obra del Alcalde del pueblo, quien pudo debelar la revuelta de Velásquez.

Abortó, pues, la rebelión de Neiba, y todavía no sabemos qué se perseguía con ella. Esta revuelta parece haber estado desvinculada de una gran conspiración que se tramaba en el Cibao, sobre todo en la Línea Noroeste.

Línea Noroeste

Un movimiento más extenso, mejor planeado que el de Neiba, se venía tramando desde hacía meses en todos los campos del Cibao, inspirado y organizado por el prestigioso hacendado Santiago Rodríguez, quien a la sazón era Alcalde del pueblo de Sabaneta, virtualmente fundado por él mismo.

Rodríguez venía conspirando y difundiendo la idea restauradora desde hacía tiempo. Era un patriota depurado, con participación en las luchas nacionalistas desde los días del movimiento de La Reforma bajo la dominación haitiana. Luego fue un Agente valioso de la Junta Central Gubernativa, a través del General Ramón Mella y del Delegado Manuel de Mena. Combatió valientemente en Sabana Larga, con el grado de Teniente, batalla en que fue herido. La administración española quiso servirse de su prestigio designándolo Alcalde de Sabaneta, puesto que aceptó para encubrir sus propósitos reivindicadores.

Su plan era iniciar la revolución restauradora al cumplirse el aniversario de la Independencia, o sea el 27 de febrero de 1863, y al efecto había extendido el movimiento hasta Santiago, Puerto Plata, Moca, La Vega, San Francisco de Macorís, San José de Las Matas y los pueblos de la Línea Noroeste (La Línea).

En esta tarea tenía como colaboradores a los coroneles Lucas Evangelista de Peña, Norberto Torres, Juan Antonio Polanco, Benito Mención, y los oficiales y paisanos Pedro Antonio Pimentel, José de la Cruz Álvarez, José Ramón Luciano, José Cabrera, José Barriento y a otros que luego ocuparían lugar preponderante en la lucha por la restauración o perecerían en sus comienzos. Rodríguez había conquistado desde el principio al General Antonio Batista, que era el Comandante de armas de Sabaneta, y con su antiguo amigo, y anterior Comandante de armas de Sabaneta, Thomas Pierre, nacido en Haití pero que luchó siempre al lado de los dominicanos.

De Puerto Plata llegó a prestarle una colaboración entusiasta un joven lleno de exaltación patriótica desconocido entonces y cuyo nombre era Gregorio Luperón.

El día 21 de febrero llegó a Sabaneta, desde Puerto Plata, su hermano Manuel Casimiro Rodríguez, y le llevó la seguridad de que Puerto Plata estaba lista para el pronunciamiento general en proyecto para del día 27.

Todo estaba casi listo para el estallido simultáneo de la revuelta, cuando el 21 de febrero Norberto Torres, embriagado, al ser llamado «paisano» por un soldado español, rechazó el calificativo y el saludo que éste le ofrecía y respondiéndole amenazadoramente, le hizo saber que en el término de cinco días los españoles serían atacados.

La amenaza fue denunciada a las autoridades y éstas trataron de prender a Torres, pero éste huyó arrojándose al Yaque, que cruzó a nado, y fue al lugar denominado El Pocito, donde el Coronel Lucas de Peña, jefe de la conspiración en ese lugar y cuya misión era la de asaltar a Guayubín el 27. El Coronel de Peña, pensando que la mejor defensa era el ataque, convocó a los campesinos de las comunidades vecinas, y en la noche del 21 de febrero de 1863 atacaron la plaza de Guayubín.

Los patriotas fueron rechazados por los efectivos del batallón español San Marcial, comandados por el General Fernando Valerio, de guarnición allí. Pero, en un segundo ataque luego de penetrar por el cementerio, pudieron vencer a la guarnición la cual hubo de abandonar al pueblo replegándose a Montecristi y dejando armas y parque en manos de los atacantes.

Santiago Rodríguez lamentó aquella precipitación pero, ya rotas las hostilidades, se hizo cargo al amanecer del día 22 de Sabaneta, después que el Comandante de Armas Batista se retiró a Los Cercadillos. Al jefe del movimiento le acompañaban el Coronel Pierre, el Coronel José Mártir, el Oficial Ignacio Reyes y otros. El pueblo no tenía guarnición española.

A seguidas de la proclamación de Sabaneta, siguió la rebelión de Montecristi dirigida por José Alejandro Metz; la ciudad fue dominada por los patriotas por breve tiempo.

Santiago Rodríguez quiso adueñarse inmediatamente de San José de las Matas enviando al comprometido Antonio Batista acompañado del Coronel Ignacio Reyes y del joven Luperón a llenar ese cometido. En aquel pueblo los revolucionarios contaban con la complicidad del General Bartolo Mejías, hombre de prestigio en la región. El número de efectivos aumentó al llegar a Guaraguanó (actual Monción), pero al cruzar el río Mao en el sitio de Bulla, los expedicionarios fueron recibidos a tiros por los matenses.

Hubieron de variar la dirección para seguir el difícil camino por la montaña denominada El Peñón. Al llegar a la confluencia de los ríos Inoa y Ámina, fueron atacados el día 23 por fuerzas de la reserva (dominicanos pero al servicio de España) comandados por el Coronel de las reservas José María Checo, quien logró derrotar a las fuerzas patriotas favorecido por el buen armamento y por la posición privilegiada que ocupaba. Por la noche, luego de suspendido el fuego, el General Batista recibió una órden del General Santiago Rodríguez para que regresara a Sabaneta.

El fracaso español en Guayubín puso en moviento las fuerzas españolas del General José Antonio Hungría, Comandante de Armas y Gobernador de Santiago. El puesto de gobernador pasó a ser ocupado con carácter de interino por otro general de las reservas dominicanas, Aquiles Michel (españolización de Achille Michelle).

Pero Hungría llevaba pocas tropas y al conocer la importancia de la revuelta, comenzó a emplear la diplomacia para disuadir a los rebeldes, mientras daba tiempo a que tropas españolas al mando del Brigadier Manuel Buceta, Gobernador de Samaná, llegasen a Montecristi por mar.

El 24 de febrero, estando acantonado en Jaibón, el General Hungría tuvo noticias de la rebelión en Santiago, y marchó inmediatamente sobre la ciudad para enterarse a su llegada de que ya la revuelta estaba controlada y se apresuró a retornar contra Guayubín. Se reforzó con más tropas y salió hacia La Línea el día 27 de febrero, haciéndose acompañar por una comisión de patriotas: Furcy Fondeur, Benigno Filomeno de Rojas, Carlos Fermín y Tito Fermín.

En dirección a Guayubín, el General Hungría acampó en Villalobos, desde donde se comunicó con el Coronel Lucas Evangelista de Peña, quien actuaba como jefe militar de la revolución por hallarse Santiago Rodríguez enfermo. Lucas de Peña se decidió a abandonar la revuelta ante la evidencia de la impreparación de la misma y del gran ataque español que se avecinaba, prefiriendo acogerse a las garantías prometidas por el Gobernador de Santiago.

Peña comisionó al Comandante Pedro Antonio Pimentel para que hiciera retroceder al Coronel Benito Monción, quien con 800 hombres marchaba sobre Hungría. Pero Monción se opuso a todo arreglo, no obstante lo cual la acción de Peña causó confusión y desmoralización en las tropas.

A pesar de la decisión de Monción, el General Hungría supo aprovechar la situación y pudo ocupar a Guayubín, mediante una maniobra rápida y aprovechándose de que Peña y Torres habían abandonado ese pueblo para retirarse, indecisos y confusos, a Dajabón.

Con sus activos grandemente disminuidos, Monción, acompañado de Juan de la Cruz Álvarez y otros oficiales, determinó resistir en Mangá, en la confluencia de los ríos Yaque del Norte y Guayubín. El fuerte de Mangá era una posición sólida y bien artillada que nunca pudieron tomar los haitianos en la Independencia.

Monción contaba con cuatro piezas de artillería sacadas de Guayubín, pero puestas en manos incompetentes, y con unos doscientos hombres, restos de dos mil que tuviera poco antes, esperó a Hungría que atacó el 2 de marzo a las 7 de la mañana.

Pero los patriotas no pudieron resistir el ataque español, quienes con inferioridad numérica pudieron capturar el fuerte.

Con los españoles iba el General dominicano Gaspar Polanco, que comandaba la caballería, como General de las reservas.

De Mangá, Hungría marchó sobre Sabaneta. Monción pernoctó en El Llano de San José, cubriendo el Paso del Café del Río Guayubín, tratando de reorganizar sus fuerzas después de la derrota, y Hungría, que no pudo forzar la avanzada, aprovechó los dos días siguientes para reunir un numeroso ejército con el objeto de aplastar el cuartel general de la revolución.

El día 5 de marzo, a eso de las cuatro de la tarde, se presentó el General Hungría por El Guanal, camino de Dajabón, con más de mil hombres. Y aunque sólo había en el pueblo 135 patriotas de los más comprometidos al mando de Santiago Rodríguez, estos resistieron bravamente.

La defensa de Sabaneta fue en extremo heroica, y en ella murió el Coronel José Mártir «sobre un montón de cadáveres» tratando de detener casi sólo un furioso asalto al arma blanca que desató el General Gaspar Polanco, todavía al servicio de los españoles.

A las seis de la tarde, aplastados por la superioridad numérica de los atacantes y sin municiones, Santiago Rodríguez y los demás oficiales patriotas se retiraron con los restos de su diezmada tropa al otro lado del Río Yaguajal, en donde los españoles no creyeron prudente seguirle ya que empezaba a anochecer.

Desde Sabaneta el General Hungría mandó a Campillo sobre Montecristi, pueblo que el español encontró abandonado, y donde convergió también el Brigadier Buceta por la vía marítima con dos compañías de cazadores y una sección de artillería.

Con la caída de Sabaneta los patriotas quedaron desorganizados y sus jefes hubieron de refugiarse en distintos sitios para continuar la agitación clandestina. Centenares de campesinos y habitantes de las poblaciones rebeldes, por estar comprometidos en la revuelta, hubieron de abandonar sus hogares, dejando desamparadas a sus familias.

El Capitán General Felipe Ribero proclamó, el 28 de febrero, el estado de sitio en todo el territorio de la parte española de la isla y dictó una serie de disposiciones que suprimían las pocas libertades y garantías vigentes en teoría, basándose en leyes españolas del año 1821.

Rebelión en Santiago

Cuando en Santiago se supo que la plaza de Guayubín había sido tomada por Lucas Evangelista de Peña y su gente, los directivos de la conspiración en Santiago, que eran los miembros del Ayuntamiento y otras personas prominentes (Juan Luis Franco Bidó, el poeta Eugenio Perdomo, entre otros), decidieron lanzarse a la acción.

El día 24 de febrero de 1863 en la tarde, los rebeldes encabezados por Ramón Almonte, José Vidal Pichardo y Carlos de Lora, se apoderaron del edificio de la Cárcel Vieja, situada frente al actual Parque Duarte, pero no tenían armas, situación esta última que ignoraban los españoles. Los detenidos que se encontraban la cárcel fueron puestos en libertad por orden del regidor Pablo Pujol.

El gobernador interino General Aquiles Michel, de las reservas dominicanas, reunió al Ayuntamiento para intervenir. Los miembros del Ayuntamiento Juan Luis Franco Bidó, Pablo Pujol, Alfredo Deetjen y el síndico Belisario Curiel, quienes habían sido instigadores secretos de la revuelta o por lo menos simpatizaban con ella, trataron de frenar las represalias de los españoles y ganar tiempo interviniendo como mediadores para negociar la situación.

Pero casi al anochecer el Teniente Coronel Zarzuelo, asistido por el Comandante Campillo, destruyó el juego reduciendo a prisión a los concejales y al síndico y mandó una compañía del fuerte San Luis a atacar la cárcel, reducto de los revolucionarios, a bayoneta calzada.

Los patriotas perdieron la acción, desarmados o portadores de estacas, y algunos machetes y lanzas primitivas, aunque peleando bravamente. Entonces, aprovechando la noche, se dispersaron y se reunieron como pudieron en el fuerte Dios para decidir reunirse en Sabaneta los que pudieran hacerlo.

En esta acción murieron el abanderado Gautier, puertorriqueño, Ignacio de la Nana y Agapito Valentín. De parte de los españoles, murió un soldado y hubo varios heridos de machete y lanza.

A la derrota siguieron numerosas prisiones y violencias que el General Hungría encontró consumadas al día siguiente. Hungría dispuso nuevas prisiones y regresó a La Línea. El día 28, el Capitán General Felipe Ribero decretó la creación de una Comisión Militar Ejecutiva en Santiago para «instruir, sustanciar y fallar las causas de la conspiración, infidencia y rebelión contra el Estado».

La revuelta dio ocasión para que el General Pedro Santana ofreciera sus servicios al Capitán General Ribero, y de inmediato éste lo encargó de dar cumplimiento a todas las disposiciones de emergencia dictadas dentro del estado de sitio, misión que llevó Santana hacia el Cibao acompañado del General dominicano José María Pérez Contreras y del nuevo Segundo Cabo de la colonia, Brigadier Carlos de Vargas. Aparentemente Santana no se inmiscuyó en las actuaciones de la Comisión.

La Comisión rápidamente condenó a muerte a varios patriotas, a trabajos pesados en el presidio de Ceuta a otros muchos y declaró en libertad a un buen número de inocentes. Treinta sentencias de muerte fueron pronunciadas en perjuicio de revolucionarios detenidos o prófugos. Santana intercedió para que no se fusilara al General Juan Luis Franco Bidó y muchos personajes influyentes pidieron el indulto a todos los condenados a muerte. Finalmente se redujo a cinco los condenados a muerte y más tarde a otros dos más de Sabaneta.

El 17 de abril fueron fusilados frente al cementerio de Santiago el poeta Eugenio Perdomo, el carpintero y antiguo Comandante de la Guardia Civil en la época de la Independencia, Pedro Ignacio Espaillat, José Vidal Pichardo, Carlos de Lora, el zapatero y antiguo Capitán patriota Ambrosio de la Cruz, responsables de la revuelta de Santiago.

Algunos días después fueron ejecutados en el mismo sitio el Coronel Pierre Thomas y el General Antonio Bautista, ambos tenientes del General Santiago Rodríguez y que habían sido apresados en los campos de Sabaneta.

El 16 de marzo, el Capitán General Ribero había emitido un decreto indultando a los 23 prófugos complicados en el último movimiento y a los que estaban complicados en el alzamiento de Neiba. En conocimiento la Reina Isabel II de lo ocurrido, dictó un decreto el 27 de mayo, publicado en Santo Domingo el 22 de junio, concediendo:

… amnistía general, completa y sin excepción, a todas las personas que hubieran tenido participación en los actos políticos anteriores a la reincorporación, así como también a las que directa o indirectamente hubieren tomado parte en la insurrección que había tenido lugar últimamente en la isla…

A trabajos pesados en el presidio de Ceuta se condenó a Pepín Cepeda, Álvaro Fernández, N. Jiménez, Pedro Quintín y Jacobo Rodríguez, hermano este último de Santiago Rodríguez. Al recibirse el decreto real del indulto, Ribero envió un vapor de guerra para que encontrara en alta mar al vapor donde iban los condenados y los regresara. Los condenados pasaron 6 días en la Torre del Homenaje en Santo Domingo y luego fueron dejados en libertad.

La gesta final

El 16 de agosto de 1863, un nuevo grupo bajo el liderazgo de Gregorio Luperón y Santiago Rodríguez hizo una audaz incursión en el cerro de Capotillo (Dajabón) e izaron el pabellón dominicano. Esta acción, conocida como el Grito de Capotillo, fue el comienzo de la guerra.

Una ciudad tras otra en el Cibao se unieron a la rebelión, y el 13 de septiembre, un ejército de 6,000 dominicanos se atrincheró en la Fortaleza San Luis, en Santiago. Los rebeldes establecieron un nuevo gobierno al día siguiente, con José Antonio ‘Pepillo’ Salcedo como presidente, e inmediatamente calificó a Santana, que ahora era líder de las fuerzas españolas, como traidor.

Salcedo intentó pedir ayuda a los Estados Unidos, pero fue rechazada.

España tuvo un momento difícil luchando contra los rebeldes. En el transcurso de la guerra, perderían más de 33 millones de pesos y sufrirían más de 10,000 víctimas (en gran parte debido a la fiebre amarilla).

Santana, quien había sido venerado como un excelente estratega militar, se vio incapaz de romper la resistencia dominicana. En marzo de 1864, desobedeció deliberadamente las órdenes de concentrar sus fuerzas en torno a Santo Domingo y fue reprendido y relevado de su cargo por el Gobernador General José de la Gándara quien mandó a Santana a Cuba para hacer frente a una corte marcial.

Sin embargo, Santana murió repentinamente antes de que esto ocurriera.

De la Gándara trató de negociar un alto el fuego con los rebeldes. Él y Salcedo aceptaron discutir los términos de paz, pero en medio de las negociaciones, Salcedo fue derrocado y asesinado por un grupo de descontentos encabezado por Gaspar Polanco.

La facción de Polanco estaba preocupada de que Salcedo tuviera la intención de retornar al ex presidente Buenaventura Báez, a quien los rebeldes odiaban tanto como odiaban a los españoles por sus acciones antes del golpe de Estado a Santana en julio de 1857.

A pesar de que Báez se había opuesto inicialmente a la anexión española, una vez vivió en España con un subsidio del gobierno y tuvo el grado honorario de mariscal de campo en el ejército español. No fue sino hasta el final de la guerra que él volvió a la República Dominicana.

En España, la guerra estaba demostrando ser extremadamente impopular. En combinación con otras crisis políticas que estaban ocurriendo, que llevaron a la caída del primer ministro español, Leopoldo O’Donnell. El Ministro de Guerra de España ordenó el cese de las operaciones militares en la isla, mientras que el nuevo primer ministro Ramón María Narváezllevó el asunto ante las Cortes Generales.

El gobierno de Polanco fue de corta duración. Después de un nefasto ataque sobre la posición española en Montecristi y los esfuerzos para establecer un monopolio del tabaco en nombre de sus amigos, él mismo fue derrocado por Benigno Filomeno de Rojas y Gregorio Luperón, en enero de 1865. Dándole tregua a la lucha, la junta provisional organizó una nueva constitución, y cuando se aprobó, el general Pedro Antonio Pimentel se convirtió en el nuevo presidente el 25 de marzo 1865.

En el otro lado del Atlántico, las Cortes decidieron que no querían financiar una guerra por un territorio que en realidad no necesitaban, y el 3 de marzo de 1865, la reina Isabel II firmó la anulación de la anexión. El 15 de julio, las tropas españolas abandonaron la isla.

Secuelas

Aunque muchas ciudades dominicanas y la agricultura en todo el país fueron destruidas (a excepción del tabaco) durante la guerra, la Guerra de Restauración trajo un nuevo nivel de orgullo nacional a la República Dominicana. La victoria dominicana también le demostró a los cubanos y puertorriqueños que España podía ser derrotada. Por otro lado, en la política local, el liderazgo durante la guerra se concentró en las manos de pocos caudillos regionales, quienes podían ordenar la lealtad de las regiones. Este sistema de poder político se mantuvo hasta finales del siglo XX.

La política dominicana se mantuvo inestable durante los próximos años.

Pimentel fue presidente durante sólo cinco meses antes de ser reemplazado por José María Cabral.

Cabral, a su vez fue derrocado por Buenaventura Báez en diciembre de 1865, pero retomó la presidencia en mayo de 1866. Sus negociaciones con los Estados Unidos sobre la posible venta de la tierra alrededor de la Bahía de Samaná resultaron ser tan impopulares que Báez fue capaz de recuperar la presidencia una vez más en 1868.

En las relaciones dentro de la isla, la guerra marcó un nuevo nivel de cooperación entre Haití y la República Dominicana. Hasta entonces, Haití había considerado la isla de La Española como «indivisible» y había intentado, sin éxito, conquistar la mitad oriental varias veces en el pasado. La guerra obligó a Haití a darse cuenta de que este objetivo era esencialmente inalcanzable, y fue sustituido por años de disputas fronterizas entre los dos países.

Texto: J.Marcano

Foto del avatar

Por Vicente Florian

Periodista egresado de la UASD, Maestrando en Tecnologías de la Información y Comunicación para Docentes (TIC), Historiador e Investigador.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *