Hoy es una fecha de triste recordación para el patriotismo nacional, pues un 15 de julio de 1876, en la ciudad de Caracas, Venezuela, falleció Juan Pablo Duarte, el ilustre fundador de la República Dominicana, luego de haber padecido “larga y penosa enfermedad e inenarrables sufrimientos morales”.
Narración de la muerte de Duarte
En Caracas, la noche del 14 de julio de 1876, Duarte se acercaba a su fin y mientras sus hermanas, Rosa y Francisca, velaban su lado, su hermano Manuel, perdida la razón, disparataba en una habitación vecina.
La más completa miseria imperaba en la casa, cuyo mobiliario era escasísimo. Rosa y Francisca vivían de la costura y sus ganancias eran tan exiguas que apenas podían subsistir.
Tal era el ambiente en el que Duarte se hallaba próximo a morir, después de padecer durante un año de una agotadora enfermedad que lo convirtió en un espectro. Contaba con 63 años aparentaba tener más de ochenta. Una vida de enfermedades, privaciones y sacrificios lo habían reducido a esa penosa situación.
Para sus vecinos de Caracas, Duarte era un dominicano que había tenido cierta importancia en su país o por lo menos eso era lo que parecía. Pero lo que esas gentes ignoraban era que si los Duarte se hallaban en tan espantosa miseria se debía al amor que sintieran por su patria porque en dos ocasiones, en el 1844 y en el 1863, sacrificaron por ella el patrimonio familiar.
Tampoco sabían que ese anciano, que lucía abstraído y enfermo, había sido uno de los padres de la patria, más puro de América, que se había entregado a servir a su patria con “alma, vida y corazón”. Y en cuanto a sus hermanas, esas mismas gentes ignoraban que esas pobres mujeres, que ahora ni siquiera tenían buena vista para coser, en unión de su madre, ya fallecida, habían fabricado más de 5.000 balas para la independencia de su país.
Pero volvamos al enfermo. A las dos de la mañana del sábado el silencio envolvía Caracas. La noche avanzaba y la ciudad lucía desierta. En la triste casa de los Duarte: Rosa y Francisca, velaban. Todo anunciaba la proximidad del final, y en la habitación del moribundo, mal alumbrada por una vela, los rezos se alternaban con los silencios.
La hora adelanta y respiración del hace se hace más difícil. La espera era larga. A las tres de la mañana, del 15 de julio del 1876, el moribundo exhala su postrer suspiro. La habitación se llena de sollozos. Rosa y Francisca lloraron inconsolables. Duarte ha muerto. Ha fallecido lejos de la tierra que lo vio nacer, en un rincón de Caracas, olvidado de sus compatriotas y sumido en la más “negra miseria”.
Así murió Duarte, el que amara a nuestra Patria con “alma, vida y corazón”. El que sacrificara dos veces su patrimonio familiar para hacernos libres. Así murió el que, según Rosa Duarte, “subió al cielo a entregar su palma y su cruz, cruz y palma que habían sostenido hasta consumar su martirio”.
En el curso del día 15 se realizó el entierro. Poco acudieron al mismo. Los vecinos más inmediatos y alguno que otro amigo, Duarte era un extranjero sin importancia.
Un patriota fracasado, y a los entierros de personas así la gente no acude en demasía.
Fue enterrado en el cementerio de Tierra de Jugo, en una humildísima sepultura, donde permaneció en espera de sus compatriotas llevasen sus restos a la Patria.
Fuente : Narración de la muerte de Duarte, del Dr, Enrique Patin Veloz.